Un mercader de camellos atravesaba el desierto del Sahara junto con su hijo adolescente, que era la primera vez que lo acompañaba. Al caer la noche, decidieron acampar en un acogedor oasis. Tras levantar la tienda, padre e hijo empezaron a clavar estacas en el suelo para atar con cuerdas los camellos. Al cabo de un rato, el joven se dio cuenta de que tenían un problema. Quedaba un camello sin atar y se habían quedado sin estacas y cuerdas.
-¿Cómo atamos este camello?- preguntó inquieto a su padre.
Y el mercader, que llevaba muchos años recorriendo el desierto, le contestó, sonriente:
-No te preocupes hijo. Haz ver que le pasas una cuerda por el cuello y luego simula que lo atas a una estaca. Así permanecerá quieto toda la noche.
Eso es precisamente lo que hizo el chaval. El camello, por su parte, se quedó sentado e inmóvil, convencido de que estaba atado y de que no podría moverse. A la mañana siguiente, al levantar el campamento y prepararse para continuar el viaje el hijo empezó a quejarse a su padre de que todo los camellos le seguían, excepto el que no habían atado.
-¡No sé qué le pasa a este camello!- gritó indignado-. Parece como si estuviera inmovilizado.
Y el mercader, sin perder la sonrisa, le replicó:
-¡No te enfades, hijo! El pobre animal cree que sigue atado a la estaca. Anda, ve y haz como que lo desatas.
Y tú... ¿¿¿¿Crees que podrías estar atado/a a algo????